Cuando te miro ya no te reconozco.
Has cambiado.
Tu mente está a miles de kilómetros de mí.
Pero cuando estamos a solas todo se transforma.
Tu mirada se para en mis ojos y puedo ver a través de los tuyos cómo me hablan.
Es tu alma que me llama a gritos.
Tú intentas acallarla, pero tus ojos no pueden mentirme.
Y ahí es cuándo me doy cuenta que esa conexión tan especial que nos une sigue ahí, inmortal e irrompible.
Y todas mis dudas, mis temores y, sobretodo, mi rabia, odio y rencor, se desvanecen.
Y una sonrisa aflora en mi rostro.
Porque eres TÚ.
Así, en mayúsculas.
Sólo TÚ.
Y eso es algo que no cambiará nunca.